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En el seductoramente voyeurista "Interior de Nueva York" (New York Interior) de Edward Hopper, una joven enmarcada en una ventana plana -visto, tal vez, desde un tren elevado que pasa- está sentada en su cama de espaldas al espectador, cosiendo un trozo de tela nublada extendida sobre su regazo. Está parcialmente vestida. Puede estar escuchando música o hablando con alguien a través de una puerta abierta. Ver más
En un segundo puede levantarse para responder al teléfono. Puede hacer mil cosas. Pero tal y como la pintó Hopper, se convierte en un estudio aislado, como la mayoría de sus cuadros.
Este punto de vista poco convencional sugiere la calidad impersonal -aunque extrañamente íntima- de la vida urbana moderna, vista de forma voyeurista a través de una ventana. La ropa y los gestos de la mujer recuerdan a las icónicas bailarinas de ballet pintadas por el impresionista francés Edgar Degas, a quien Hopper nombró como el artista cuya obra más admiraba.